martes, 20 de marzo de 2012

La primera víctima fatal del boxeo argentino se produjo en Paraná

BOXEADOR ELOY BOYGURO
PROTAGONISTA EN LA MUERTE DE SU RIVAL JOSÉ DELGADO

El sábado 29 de diciembre de 1924 se realizó un hecho que enlutó al deporte en general de la ciudad y se constituyó en el primer caso fatal producido en un match de boxeo en Argentina.  Había un antecedente reciente ocurrido por entonces en la ciudad de Milán, Italia, en que un boxeador había caía por K.O. para no levantarse jamás.

Esta triste tragedia provocó una gran consternación pública, siendo el tema de varios días posteriores en todos los círculos, incluso en los hogares, ya que la noticia de esta muerte dejó en los espíritus el aturdimiento natural que provocan las desgracias. Incluso provocó desencanto la práctica de este deporte, al que se consideraba brutal y violento cuando el público quería satisfacer sus deseos de “ver sangre” a cualquier costo e incitaba a los contendientes a luchar sin miramientos ni compasión, confundiendo lo que realmente es el pugilismo deportivo.

En aquel tiempo se carecía de una organización y controles que, con una reglamentación adecuada, rodeara de garantías y provocara la sensación de una protección legal, para impedir la degeneración de este deporte, ya que en Paraná se venía notando que su práctica estaba desviada por groseros excesos, desde escándalos vergonzosos a este accidente fatal, víctima de un impulso criminal y egoísta, por aquellos que llamamos “amor propio”.

Entre la codicia de los inescrupulosos empresarios y la sed de violencia del público, no se interponían las autoridades con una intervención enérgica para evitar desgracias. Desde hacía un tiempo se venía reclamando a la Municipalidad que dictara una ordenanza reglamentando estos encuentros entre profesionales que andaban detrás de un título, o mejor, de una bolsa. Se comentó con posterioridad que la misma Municipalidad fomentaba los encuentros clandestinos, colaborando con elementos para montar los rings, en lugares donde “casi diariamente la policía hacía irrupción para contener los escándalos que allí se originaban. Así, en esta forma, el deporte fue perdiendo su finalidad y su espíritu, hasta hacer escuela de brutalidad y hasta de perversión de elementos que concurrían a tales espectáculos para cambiar apuestas por dinero, como en los reñideros de gallos o canchas de pelotas”. Sabía ocurrir que los empresarios no tenían empacho en colocar sobre el ring al primer corajudo que se animara a calzar guantes.

Ese sábado 29 de diciembre en el teatro “3 de Febrero”, bajo el calor del entusiasmo desmedido que la lucha pugilística provocaba, el público empujaba con sus gritos a los contendientes para que “se matarán” si fuera posible. “Influenciados por la gritería del público y tocados en el egoísmo que lleva adherido en su espíritu todo hombre, los pugilistas se mantenían en pie únicamente para satisfacer las exigencias de ese mal comprendido amor propio. Materialmente estaban fuera de combate, pero el público pedía, exigía la caída final y estaba atento a los campanillazos de la Asistencia Pública”.

El combate del que participaron Eloy T. Goyburo (dirigido por el conocido pugilista santafesino José Pinasco)  y José Delgado se desarrolló con violencia desde el comienzo. Al iniciarse el 9° round ambos boxeadores estaban totalmente abatidos, manteniéndose en pie a duras penas. “El público incitaba alentando a ambos para que hagan lo imposible y éstos se entregaron a la lucha más bárbara y encarnizada que se haya visto en Paraná. En un cambio de golpes Delgado perdió toda chance y fue perseguido impetuosamente por Boyguro, recibiendo numerosos uppercout que lo hacían tambalear cada vez que lo tocaban. Entre parte del público se insinuó la certidumbre de que los segundos del Delgado tirarían la esponja o el referee suspendería el encuentro. Hasta se pensó en la intervención del médico de servicio o de la policía, que allí estaba impertérrito, viendo consumar la triste obra.

Después de ser acorralado sucesivamente en dos rincones, Delgado recibió el golpe final – un uppercout – que lo hizo caer espectacularmente, de espaldas, golpeándose bárbaramente la cabeza sobre el tablado. Boyguro dibujó sobre su boca un rictus que era de satisfacción y de dolor, y apenas se mantenía en pie, flaqueándole las piernas. Materialmente estaba K.O. de pie. Al ser llevado a su rincón recobró sus facultades a fuerza de masajes y poco después fue exhibido al público; no parecía un hombre; sin embargo, el público, delirante y tembloroso, saludaba en Boyguro al rey de la noche; era un perfecto gladiador romano, después de la lucha cruenta en el circo. Mientras tanto, Delgado era alzado del suelo, donde estaba verde, rígido, como un muerto. Fue tendido sobre el tablado ante el asombro de la concurrencia, que ya había cambiado su ardentía fanática por la estupefacción y el dolor. Se le suministró al accidentado una inyección y al cabo de una hora – como no reaccionaba – una camilla llegó hasta el ring y afuera sonó la campanilla de la Asistencia Pública”.

Luego, José Delgado fue trasladado al Hospital San Martín, donde estuvieron junto a su lecho varios médicos y algunos amigos, pero la ciencia de entonces y todo cuidado fueron inútiles para detener la conmoción cerebral, producida al caer en el ring, de acuerdo a la autopsia realizada por los doctores Icasati y Solari.

José Delgado fallecía a las 7 de la mañana sin haber podido pronunciar palabra alguna. Era de origen español, de 19 años, radicado en Rosario. Había ingresado a la Escuela del boxeador Plaisant en 1918, habiendo hecho su primer combate como aficionado recién en 1921. En 1922 derrotó a varios profesionales de su categoría peso medio mediano, por lo que le valió la posibilidad de conquistar en 1923 en título de Campeón Rosarino.  Estuvo inscripto para el Campeonato Sudamericano, pero no pudo participar por otros compromisos.

Era hijo único de madre viuda, por lo tanto su único sustento. Hacía poco que un hermano había fallecido ahogado y su única hermana había dejado de existir en Buenos Aires. Su madre nunca pudo ver fallecer a sus hijos. Por tercera vez la viejecita que vivía en los alrededores de Rosario, Santa Fe, tuvo que recibir una dramática noticia, que le hizo sufrir una preocupante crisis al conocer la noticia; de cuatro hijos le quedó únicamente una hija casada con José García, domiciliado en la misma ciudad.

Pese a la barbarie ocurrida, hubo solidaridad ante este deceso, ya que miembros de la Asociación Bancaria ofrecieron su local social de calle San Martín para que fueran velados los restos del  infortunado deportista, donde se instaló la capilla ardiente a partir del domingo 30 de diciembre por la tarde. Los pizarrones de los diarios informaron del suceso, por lo que se notó una gran afluencia de público que desfiló por el velatorio para demostrar una inmensa sensación de pesar. “Allí desfilaron grandes y chicos sin distinción de banderías, de colores políticos, ni de sectas, miembros de nuestra más distinguida sociedad, junto a personas humildes; todos, en fin, con el único propósito de testimoniar el dolor causado por el fallecimiento del joven pugilista de gran corazón y de enérgica valentía.” También el propio Eloy Boyguro, que quedó detenido en su casa con custodia policial, se mostró apesadumbrado por el inesperado final de su adversario y donó la bolsa que le correspondía para atender los gastos de su traslado.

El lunes 1° de enero a las 16:30 horas fueron embarcados hacia Rosario en el vapor “Sol Argentino”  los restos de José Delgado, que fueron conducidos “a pulso” en homenaje al caído, con guardia de honor de un pelotón del cuerpo de bomberos  y acompañados por una gran columna de vecinos de Paraná. Una vez embarcado el féretro, hizo uso de la palabra el señor Tito Ordoño en nombre del Paraná F.B.C. y luego se desmovilizaron todos en un silencio completo. 

El señor Francisco Urizar, organizador de la pelea, colaboró en todo momento que se lo necesitó y estuvo junto al lecho de Delgado hasta su deceso, junto a E. Garcilazo, Luís de Navasqués y Ramos; también colaboró con dinero para su traslado. Acompañó los restos hasta Rosario el señor Miguel A. Pérez. Numerosos ramos y coronas fueron enviado al velatorio, entre los que se anotaron: Boxing Club Progreso, Asociación Bancaria, Paraná F.B.C., Isauro Piedrabuena, Luís de Navasqués, Francisco Urizar, Alfredo Salcerini, Sinisgalli Hermanos, Familia Ruiz, Luís Ruiz y señora, familia Berraondo, José María Mesón, José Marelli y flia., Francisco Melchor, Francisco Silva, entre otras más. En la colecta popular organizada por los doctores Teófilo Monié y Francisco Martínez Soler y los señores Luís de Navasqués y José Marelli, se recaudaron alrededor de 400 pesos.

El señor Ramos, manager de Delgado, manifestó con posterioridad al desenlace que en el 8° round había tenido intención de arrojar la toalla, pero Delgado se había opuesto resueltamente diciéndole: “si hacés eso dejo a Boyguro y te muelo los huesos. No quiero apresurar la pelea porque la tengo ganada. Recién al 10° round voy a apurar el trabajo para ponerlo k.o.”

En la editorial de “La Mañana” se comentó lo siguiente: LA DEGRADACION DEL DEPORTE. El Paraná ha presenciado el espectáculo más brutal por su desarrollo y por sus dolorosas consecuencias.
A medida que veíamos aquellos dos hombres bestializados y sentíamos que la multitud enardecida los azuzaba, como a lebreles furiosos a una lucha sin perdón y sin tregua, desfilaban a nuestros ojos las escenas de aquella antigüedad caduca, que pedía a sus tiranos pan y circo para saciar los apetitos que la corrupción y la decadencia sustituyen a los nobles ideales del espíritu.
Es esta la pendiente que conduce a la degradación, que el pueblo de Paraná presenció entre gritos, entre alaridos de estímulo para la lucha y aplausos para el triunfador enfurecido. Ya no es la máxima que nos obliga a conservar una mente sana en un cuerpo sano la que nos atrae a espectáculos dignificadores, en que el deportista enseña las líneas hermosas de su talla hermosa y escultural, como resultado de una labor equilibrada para hacer más bella la figura humana en vez de dejarla que se acerque más a los rasgos ancestrales de sus ascendencia zoológica. La bestia humana domina por completo en la exclamación brutal de ¡pelea! ¡pelea!, con que a cada momento se exalta el amor propio, hasta enceguecer de furia a los combatientes.
Todos somos responsables de la muerte de José Delgado, por que todos nos hemos dejado arrastrar al extremo; los empresarios, en primer término, que han hecho de este deporte un comercio indigno e inmoral, explotando la debilidad colectiva; los promotores que se dedican a bestializar a los hombres para lanzarlos a la lucha; los pugilistas que desnaturalizan la fuerza, la belleza de su cuerpo para entregarla a un tráfico tan infame; las autoridades, que consienten sin reglamentación estos espectáculos de explotación colectiva; el público que los alienta con su concurrencia; la prensa misma, que debemos reconocer, aún imputándonos nuestro propio error, ha sido débil y complaciente en su estímulo equivocado a esto que no constituye un deporte.
Pero aun estamos a tiempo de reaccionar. En primer lugar deben hacerlo las autoridades, prohibiendo estos espectáculos de incultura, en que se comercia indignamente con un deporte  que noblemente dirigido puede ser benéfico para el desarrollo de la raza. La sociedad debe también su repudio a los que explotan las pasiones primitivas del hombre bestializado.
La muerte de José Delgado es una advertencia que debió servir para que las autoridades sin pérdida de tiempo adoptaran medidas enérgicas y prohibieran los espectáculos que se vienen celebrando.
Casualmente encontramos una cláusula en la reciente ordenanza sancionada por la Municipalidad de Buenos Aires, que autoriza a la comisión de boxeo a suspender la pelea en que hay ensañamiento o brutalidad.
 La pelea entre Boyguro y Delgado tuvo esas características. Exenta de toda técnica, ausente toda regla académica fue una riña vulgar, que lo mismo pudo celebrarse en un teatro como en una pulpería. Aquellos dos hombres pelearon largo tiempo sin sentido y mucho antes de terminar el combate con la caída de Delgado debió suspenderse para evitar sus consecuencias y ahorrar al Paraná el espectáculo repugnante que ha presenciado.
 Pero no hubo en el público una reacción que pusiera fin a aquel espectáculo degradante para la dignidad humana. Esperamos que la dolorosa lección sea provechosa aunque tardía.

También se hizo eco del triste desenlace el diario “Nueva Época” de Santa Fe, que en un suelto comentó lo siguiente: “Civilización o Barbarie. Durante ocho períodos, que en extraño lenguaje denomínanse round, se sopapearon ambos con una gracia admirable, arrancando las calurosas ovaciones de una entusiasta multitud, que acostumbrada a una especie de cuento del tío que se llama tongo, no cabía en sí de gozo al ver que las trompadas eran auténticas.
Sonó el gong que suele ser un vulgar pito de vigilante y comenzó el noveno round. A los pocos segundos, uno de los contendientes recibió una feroz trompada y rodó por el tablado.  El señor que hace de juez contó en voz alta hasta diez y pudo seguir contando hasta mil, pues el caído no se tomó el trabajo de interrumpirle, postrado completamente.
Se levantó el brazo del vencedor, y el vencido fue auxiliado por sus segundos hasta entregarlo a las hermanas del Hospital que apenas si tuvieron tiempo de aprestarle una mortaja. Posiblemente el público numeroso que aplaudía a rabiar anteanoche los golpes dados y recibidos por los luchadores, no acompañará ni al puerto el cadáver del vencido.
La civilización tiene frutos inesperados. Para producirlos le basta arrancar al bueno sus enseñanzas  convirtiéndolas en motivo de placer. Lo que sólo se propició para defensa personal, se trocó en espectáculo, vale decir en barbarie.
Esa magna ovación tributada al vencedor sobre el ring de Paraná erguido junto al cadáver o poco menos, es de una significación trágica y trasunta a las mil maravillas la cultura de que tanto nos enorgullecemos. Civilización o barbarie parecen vocablos inseparables todavía para el hombre”.

Es interesante rescatar otro editorial de “La Mañana” publicado días después, ya que grafica la realidad de la actividad deportiva de entonces: Ecos de la Trágica Muerte del Pugilista Delgado. El fatal accidente ha tocado lo más vital de lección deportiva pues es general el desencanto por el deporte. El suceso, si bien es lamentable, servirá de lección deportiva pues de el ha de surgir esa convicción de que todo ejercicio es peligroso cuando se le practica brutalmente.
En Paraná como en todas partes los deportes van degradándose paulatinamente, proporcionando espectáculos desdeñosos que salen de la corriente en que deben ser encausados para que surtan el efecto que se persigue con ellos.
El football, sobre todo, ofrece mucho campo para los excesos. Casi semanalmente se lamentan sucesos en que va comprometida la salud de los deportistas o se afecta la cultura de la sociedad en que vivimos. La brutalidad en el juego, las venganzas en el field o las agresiones con los referees o los jugadores, son cosas corrientes en este footballismo que progresa retrocediendo hacia tiempos primitivos, cuando la razón  o la habilidad eran suplidos por la honda y el silex.
Al público también pertenece gran suma de responsabilidad en estos espectáculos. Tocado por las influencias del pasionismo irrespetuoso del impulso sano del deporte, hacen del field, de las pistas o de los locales, un campo propicio para el desborde de sentimientos contrarios a la humanidad.
Provocan, azuzan, intrigan, o insultan a los deportistas, para que éstos, afectados en su amor propio, pierdan la serenidad y se entreguen a la correntada de las violencias olvidándose de sí mismo, del deporte, de la cultura y hasta de la tranquilidad de los hogares.
El mal es grave y merece ser contemplado antes que por los cultores y aficionados al deporte, por los padres, nadie más que éstos ejercen influencia sobre los hijos y están en el deber de exigirles consideración por la familia, porque aquellos se deben a ésta.
Ojalá que el suceso encuentre saludable resonancia en nuestros círculos y que los deportistas tomen ejemplo, para practicar los ejercicios en lo sucesivo con toda serenidad y nobleza de ánimo”.

La Federación Argentina de Box se hizo eco desde Buenos Aires de lo acontecido y envió como delegado a Paraná al celebrado atleta Enrique A. “Quique” Thompson, reciente campeón latinoamericano de 400 metros con valla, quién también era el Secretario de la Federación Argentina de Natación, para que gestione la adhesión de los clubes de boxeo, adoptando las medidas necesarias para dicho fin.

Es bueno rescatar la opinión basada en la ley vigente en aquel tiempo respecto al suceso ocurrido. El dilema era si se debía castigar a Eloy Boyguro desde la justicia criminal. Sobre este tema “La Mañana” tuvo la siguiente posición: “Requerida por nosotros la opinión de un letrado sobre el grado de responsabilidad penal del boxeador Eloy Boyguro con respecto a su match con Delgado y a la muerte del mismo como una consecuencia más o menos mediata de este encuentro  deportivo tan tristemente epilogado, no manifiesta categóricamente su opinión afirmando que Boyguro no puede ser pasible de penalidad alguna.
La única duda que podría suscitarse es encarando el caso bajo el punto de vista de un homicidio por imprudencia, desde que descartada lisa y llanamente la voluntad criminal, debe ir la imputabilidad a basarse en los elementos de la culpa o imprudencia que constituyen el fundamento de la responsabilidad en estos casos.
Nuestro interrogado entiende - ya particularizándose con el desarrollo del match del sábado – que éste se desenvolvió dentro de las prácticas reglamentarias del boxeo y perfectamente fiscalizado por un juez que interviene con sanciones en cualquier momento en que un luchador apela a los golpes prohibidos. Los golpes prohibidos lo son precisamente en cuanto pueden constituir un daño serio a la salud de los contendores o en cuanto ellos exponen falta de caballerosidad en la lucha aprovechándose de situaciones desiguales.
Boyguro hizo su lucha sin observación alguna por parte del referee y limitada ésta a un continuo cambio de golpes su finalidad bien ostensible fue la de abatir las fuerzas del adversario y no principalmente  la de marcar puntos para obtener el triunfo. La gran energía férrea y admirable fortaleza moral de Delgado excluían la más remota posibilidad de prever lo que desgraciadamente pasó y su manera de caer no puede vincularse a los actos de Boyguro empeñado en buscar el knock-out en la forma usual por aplicación de golpes de gran fuerza.
Por otra parte cada boxeador actúa bajo la tutela de sus segundos quienes pueden y deben impedir la lucha cuando ya la situación sea de manifiesta inferioridad. Imputar un descuido de esta naturaleza al boxeador adversario está fuera de toda lógica, ya que él tiene función bien determinada: vencer, y mientras el adversario no se declare vencido la lucha continúa.
La mala condición de salud de Delgado, que ha descubierto la pericia médica – como casual determinante de su fallecimiento – ubican la imprudencia de parte de él y de quienes pudieran conocerla.
Si el chaufeur que conduce a su máquina con la velocidad que le marcan los reglamentos del tráfico, está exento de pena cuando atropella alguna persona por virtud de actos imprudentes cometidos por la misma que lo inhabilitaran para toda maniobra ¿cómo puede castigarse a Boyguro que actuó dentro de una lucha reglamentada, perfectamente fiscalizada y sin excederse en sus actos?
Aparte de estas consideraciones podrían hacerse muchas, respecto a la situación particular de Boyguro que peleó estando groggy casi desde el principio y que se sostuvo merced a ese instinto de la lucha que permite actuar largamente en plena inconsciencia”.

Eloy Boyguro recobró la libertad el jueves 14 de febrero, ante la interposición de un recurso de su abogado defensor, doctor Ramón C. Ferreyra, acogiendo al su defendido a los beneficios de la Ley 2.773 vigente, para gozar de la libertad condicional, hasta que el caso se resolviese.
Eloy Boyguro casó en Paraná el 7 de julio de 1924 con Basilia Blanco.

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