miércoles, 11 de enero de 2012

OPINIONES PRELIMINARES III

Aquella manera extravagante para la época que los ingleses daban lugar en los partidos de fútbol los sábados por la tarde, en el afán de sentirse más cercanos a su patria, provocó que sean observados con sorpresa y admiración por la mayoría de los lugareños, aunque hubo también aquellos que pensaban que no estaban en su sano juicio.

Como dato anecdótico que sirve para pintar aquella realidad de principio del siglo XX, es digno de rescatar lo ocurrido en un pueblo del interior argentino. Allí los ingleses habían sido invitados a realizar una exhibición de “foot ball” ya que tenían referencia del entusiasmo que éste generaba. Ellos, que en Buenos Aires no habían encontrado inconvenientes para “correr detrás de una pelota”,  accedieron gustosos a aquel pedido.

La curiosidad de los paisanos convocados para observar este espectáculo se vio desbordada ante la presencia de veintidós hombres grandes, mostrando sus piernas blancas por debajo de las rodillas y vestidos con casacas de colores, que impulsaban a puntapiés una pelota de cuero, corriendo todos tras ella. Para colmo, cuando la alcanzaban no encontraban mejor ocurrencia que volverla a aventar.

No estuvo ausente en aquella cita el comisario del lugar, quien a poco de iniciarse el partido, haciendo honor al celo que tenía en el ejercicio de su profesión, hizo detener el juego para evitar aquel espectáculo bochornoso.

Fue entonces que aquellos sorprendidos ingleses tuvieron que acompañar al funcionario a la sede policial para responder por el supuesto escándalo público que habían producido.

Ya en el interior de la repartición policial el severo comisario disparó a los demorados:
- ¿A ustedes les parece que es forma escandalizar al paisanaje de esa manera?
  Los ingleses se miraban unos con otros y nada entendían de la contravención incurrida.
- Andar a las patadas detrás de un cuero inflado, nada menos que vestidos así… ¿se puede saber qué significa esto?
- Señor, sólo estamos jugando al “foot ball” – respondió uno de los frustrados deportistas extranjeros.
- Pues bien, gringuitos, aquí no me juegan más a eso; no sea que los vea de nuevo porque…

No hicieron falta más recomendaciones. Aquellos osados “ingleses locos” reflexionaron que era más conveniente limitarse a jugar en los descampados de Buenos Aires, donde su extravagancia pasaba más desapercibida.

Quedó para esta estampar esta anécdota el parte elevado a la superioridad por aquel comisario al día siguiente: “Debí tomar intervención porque en un terreno baldío varios ingleses locos corrían tras la pelota a la que daban patadas y para ello se habían calzado camisetas de colores y unos pantalones cortos que mostraban sus piernas hasta las rodillas”.

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